La mentira....

Autor: C. H. Umma


 La mentira, ¿ayuda o perjuicio?

Desde hace mucho tiempo los seres humanos tenemos una herramienta a nuestra disposición:

 El Lenguaje

El cometido de esta herramienta es el de transferir información entre nosotros. Usamos el lenguaje para relacionarnos con nuestros iguales. Tenemos muchas formas en las que podemos usar este lenguaje, de forma escrita, de forma oral, con señas, usando símbolos, o hasta usando colores. Como pasa con toda herramienta, la forma en la que se usa es muy importante. Dicha forma determina si esta herramienta ayuda o perjudica a quienes la usan.  

Para saber si nuestro uso del lenguaje nos ayuda o perjudica hay que entender la función de esta herramienta. Al decir que el lenguaje nos ayuda a compartir información, nos referimos a que el lenguaje es una puerta, un puente que nos acerca o aleja de otros seres humanos. El lenguaje nos acerca cuando nos permite cruzar información y esta nos aproxima para entendernos mejor. Por ejemplo para estar en nuestros zapatos, es decir para otros comprender cómo se percibe el mundo a través de nuestra perspectiva. Desde los inicios del tiempo, nosotros y los demás seres vivos, hemos hecho uso de algún tipo de lenguaje. En algunas especies este lenguaje es simple y concreto. No les permite expresar muchas cosas, pero las pocas que sí les permite son las primordiales para que la existencia de dicha especie se lleve a cabo.  

Veamos el ejemplo del lenguaje de las abejas. Estos insectos usan una serie de patrones de vuelo para comunicar localización, cantidad, y calidad de polen a otras abejas. Incluso el lenguaje de los colores en su cuerpo ayuda a otras especies a entender quiénes son, todo aquel que ve un insecto con franjas amarillas y negras suele guardar su distancia casi de forma instantánea. Este es un ejemplo donde el lenguaje que usan les ayuda a mejorar su experiencia de vida entre sus congéneres y con otras especies.

En este punto debemos remarcar que los humanos tenemos no uno, sino varios lenguajes. Algunos son tan antiguos como nuestra especie misma, y otros han ido surgiendo a lo largo de nuestro desarrollo. Hay muchos lenguajes que no podemos controlar completamente, uno de ellos es el lenguaje corporal. Por más entrenado que se pueda estar siempre se escapará algún mensaje involuntario por medio de nuestro cuerpo. El lenguaje que mejor tenemos “controlado” es el habla. Este recurso es el más concurrido a la hora de querer comunicarnos. Y lo irónico de esta lección, es que este, es también, uno de los que nos puede perjudicar con mayor facilidad. 

¿En qué forma nos perjudica el habla? 

Nos perjudica cuando lo usamos de forma inadecuada. Ya dijimos que el motivo principal de un lenguaje es el de compartir información. Cuando hablamos compartimos emociones, ideas, situaciones. Todo esto nos ayuda a entender mejor nuestra condición y nuestras intenciones.  Usar “inadecuadamente” el lenguaje implica no transferir información de forma correcta o transmitir información inexistente. Cuando mentimos estamos transfiriendo información inexistente. Cuando se da un mensaje y este no representa la intención real a comunicar entonces estamos engañándonos, distorsionando la realidad de las cosas. Lo interesante es que este concepto de “mentir” es tan antiguo que quizá sea paralelo al surgimiento de nuestro lenguaje. 

Hasta este punto podemos inferir que si el cometido del lenguaje es el de transmitir información, el falsearla o cambiarla sería contraproducente, es decir, mentir sería perjudicial para el propósito primario de la comunicación. Pero el ser humano es un animal complicado, y el lenguaje, al ser una concepción de nuestra propia naturaleza es también una herramienta complicada. Dentro de esa complejidad está el punto de inflexión, la intención con la que usamos el lenguaje. 

Por ejemplo, piensa en el ratón de los dientes, en los Reyes Magos, en Santa Claus, Las Hadas, etc. Todas estas imágenes las usamos sabiendo que son ficticias, inexistentes, mentiras. Todas estas figuras no existen, pero las usamos porque queremos reforzar la “burbuja” de inocencia en la infancia de nuestro hijo(a). Mentimos para proteger a alguien que aún no está listo para afrontar la realidad. Estamos “malversando” la realidad con una intención de proteger. En este ejemplo usamos “inadecuadamente” un recurso para un fin bueno.  Veamos ahora el uso de la verdad: imagina que tu abuelita es ya muy mayor, tiene 98 años y su estado de salud no es el óptimo. Es una persona que se preocupa mucho por los demás y es también muy sensible a las desgracias ajenas. Padece de demencia senil y muy seguido ya no recuerda muchas cosas. Tú vas a visitarla y de pronto ella te pregunta que si has visto a su gato, el cual acaba de fallecer una semana atrás y tu abuelita se entristeció muchísimo por ello, al grado de que su vitalidad y ánimos se vieron disminuidos. Te gusta siempre decir la verdad, y le recuerdas que su gatito murió. Lo haces sabiendo lo que implica. En este caso cumplimos con el cometido del lenguaje, pero estamos perjudicando a alguien con ello. 

Podríamos tener una infinidad de ejemplos sobre una postura u otra, y de lo que podemos estar seguros es que todos hemos estado en la situación en la que no podemos definir a la mentira como un perjuicio o una ayuda, ya que sería complicado. Somos un ente complicado, y nuestra experiencia de vida no podría ser menos de compleja. Aunque suene contradictorio,  en ocasiones la verdad perjudica, y en otras, la ayuda viene acompañada de una mentira.


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