Un buen amigo, cuento corto.

Nota preliminar del autor:

(Este cuento lo escribí en el 2016, y no lo había mostrado desde entonces más que a algunas pocas personas. Es una aventura de un niño muy travieso. Se desarrolla en un lugar y tiempo diferente al presente. podríamos ubicarlo a principios del siglo pasado, en una zona rural alejada, en algún lugar de Latinoamérica. Lo escribí como inspiración e intento de simular el estilo de Juan Rulfo, de quien considero tiene uno de los mejores estilos que he leído. Espero sea de su agrado. Estoy  actualmente con la encomienda de ilustrarlo, todavía estoy definiendo los aspectos básicos de la ilustración, por lo que posiblemente me tome un par de meses terminar las ilustraciones, en cuanto estén listas subiré la versión ilustrada.)

 


Un buen amigo

Paulino abre sus ojos. Luego de un instante de silencio, el gallo que lo despertó, canta de nuevo. “El colorado se salió otra vez de su corral” pensó Paulino mientras bostezaba y se frotaba los ojos para quitarse el sueño que aún le impedía abrirlos a voluntad. En un movimiento rápido se quita las cobijas y el fresco de la mañana le enchina la piel.

-¡Brrr! ¿Dónde dejé mi camisa? 

Pensaba Paulino, y, mientras se incorporaba y se sentaba en la orilla de la cama veía, con los ojos entrecerrados, su camisa colgando del respaldo de su silla. Cuando se abotonaba la camisa se dio cuenta que debajo de su cama estaba su pantalón de mezclilla, casi blanco y desgastado. Ya vestido, Paulino se asoma por la ventana, y ve si puede encontrar al gallo y meterlo al corral antes de que su mamá se entere.

-¡Guaf! ¡Guaf!

-¡Ay! Teco, no me… chup… 

Un perro mestizo, de estampa corpulenta y color negro, se asoma por la ventana, lamiendo la cara de su amo. Luego de que Paulino se quitó las babas de la cara y escupió lo que parecía ser una hoja de membrillo, pensó: “¿Pos que andabas comiendo Teco?”.

- Teco ¡quieto!; El Colorado, búscalo, busca al Colorado, ¡anda busca al gallo! 

El perro se sienta quietecito, y lo mira mientras mueve la cola y jadea con la lengua de fuera. Como si tratara de descifrar la orden. 

- Ay Teco, tú nomás sabes sentarte, pero aunque estés medio menso,  me caes bien. 

De un salto Paulino sale por la ventana de su cuarto y emprende la búsqueda de la pequeña criatura emplumada. 

-Coloradooo, Coloradoooo.

Susurraba Paulino en voz baja. No quería que su mamá se diera cuenta que andaba buscando al gallo. Mientras el Teco seguía a su amo,  silenciosamente olfateaba todas las superficies que le parecían apropiadas para olfatear, y, cuando iban pasando por la bodega el perro se puso alerta, paró las orejas, y rápidamente entra al la bodega y comienza  a ladrar:

-¡Guaf! ¡Guaf!

- ¡Shhh! Teco, cállate. 

-¡Guaf! ¡Guaf!

Luego del segundo par de ladridos Paulino escuchó el ruido de un bote de lámina caerse dentro de la bodega. 

-¡Este canijo gallo se está comiendo otra vez el maíz de los costales!

Corrió Paulino a toda velocidad a atrapar al ladrón del maíz, el gallo quien lo había despertado en la mañana.

-¡ándele canijo!

Dijo Paulino mientras agarraba al escurridizo gallo. Una vez que lo tenía bien agarrado corrió a toda velocidad por el patio hasta que llegó a los gallineros. Su intención de ser silencioso se frustró gracias al Colorado, porque mientras lo llevaba a toda velocidad el emplumado personaje no dejaba de cacarear, como si su vida estuviera siendo amenazada. 

-¡Gallo canijo! 

Dijo Paulino mientras aventaba al gallo al corral y de un portazo cerraba la puerta.

- ¡Paulino!  ¿Ónde andas?

 Gritó Doña Chepa.

-¡Revisando el corral de las gallinas Ma! 

- ¿Otra vez dejaste abierta la puerta? Ay de ti si el Colorado abrió otra vez los costales de maíz. 

- No Ma. Lo deje bien encerrado desde anoche. 

- Vente a la casa a desayunar, siempre te levantas y nomás te andas con la pura bendición. 

Paulino corrió y de un brinco se sentó en la mesa.

-¡No señor! Vaya y lávese las manos primero. 

Al instante, Paulino se levantó, con una mueca en la cara, pero asegurándose de que su mamá no lo notara. Al regresar con las manos limpias se sienta a la mesa y el desayuno ya estaba servido. Un par de huevos fritos y una totilla de harina. A paulino le encantaban las tortillas de harina que hacía su mamá. En una ocasión Paulino pensó “Si solo me permitieran comer una sola cosa el resto de mi vida, por supuesto serían las tortillas de harina que hace mi mamá.”

-Come despacio o te vas a atragantar. ¡El atole te me lo tomas! o no te levantas de la mesa.

-hiii ma. – dijo Paulino con media totilla de harina en la boca. – es que lo rico me gusta    dejarlo para el final.

-¡bribón! El atole siempre me lo dejas.

-¿Me das otra tortilla?

-Primero el atole. Acábatelo y si quieres te doy el bulto de tortillas que quedaron.

A Paulino le brillaron los ojos y sin haber todavía terminado con los dos huevos fritos se tomó a pecho el atole. A la mitad del acto pensó en arrepentirse, pero luego pensó en las tortillas y bebió con más rapidez. Al terminar le mostró a su mamá que no quedaba nada de atole en el vaso y se devoró los dos huevos fritos. Al levantarse su mamá le dio el bulto que quedaba de tortillas envuelto en un trapo.

-No te las vayas a comer todas de un golpe, porque luego te enfermas otras ves de la panza y recuerda que el doctor  no está en el pueblo.

- Si Ma. 

-Ah y otra cosa Paulino; tus hermanas y yo vamos a la Villa de Cortez a traer lo que falta para la comida de mañana. Si no vamos hoy ya mañana no damos la vuelta porque es un viaje de casi medio día. No sé si regresemos tarde pero a ti te quiero temprano en la casa, antes de que se ponga el sol. Recuerda alimentar a las gallinas, cambiarles el agua a todos los animales de los corrales  y cuidar que coman los perros– que luego el Teco se come todo y no les deja nada a la Lenteja y al Oso. Parecen arpas de lo flacos que están esos dos pobres. ¿Entendiste?

-Si Ma, entendí. 

Contestó Paulino con emoción, porque ya tenía planeada la aventura del día de hoy. Había una parte al norte de su casa donde se divisaban dos cerros cuyas cimas estaban tan juntitas que Paulino aseguraba que era posible brincar de una a otra. No le mencionó nada de eso a nadie porque sabía que no lo iban a dejar ir.

- Has todo lo que te dije. Te duermes temprano y no vayas a… 

Le gritaba Doña Chepa a Paulino, quien sentado en el pórtico de la casa ondeaba su mano despidiéndose de su mamá y sus hermanas. Como ya se iban alejando Paulino no entendió lo último y fingiendo que la escucho asentía con la cabeza.

-¡Teco! ¡Vámonos Teco!  

Gritaba Paulino en todas direcciones pues no sabía dónde estaba su perro. Ya tenía todo listo para su viaje de reconocimiento al norte del rancho. Traía su navaja en el bolso derecho y el bulto de tortillas en un morralito en su espalda. 

-¡Guaf! ¡Guaf! 

Se le acercó El Teco por la espalda y asustó a Paulino. Paulino lo acarició y con un ademán le indicó que lo siguiera. Tomaron rumbo para los corrales. Al pasar por ahí se les unieron los otros dos perros. Por un par de horas Paulino y sus tres peludos compañeros caminaron sin detenerse. Era una caminata tranquila ya que aún no habían salido del camino, el cual estaba bordeado de álamos. 

-“El sol ya se está poniendo bravo” 

 Pensó Paulino mientras se desviaban por uno de los costados del camino y se adentraban a terreno agreste. La diferencia de energía se empezó  hacer evidente y los dos perros, el Oso y la Lenteja, se rezagaron y llegó el punto en que aunque Paulino los llamaba ya no escuchaba ni sus ladridos. Luego de dos horas de caminata por entre arbustos, lomas y pequeños bosques Paulino y el Teco se detuvieron bajo la sombra de un encino.

-toma Teco. Come despacio o te vas a atragantar. Podría comer esto todos los días y no me cansaría.  

Mientras Paulino comía pensaba en lo agradable que era la brisa a la sombra del árbol. Pensaba también en que si sus cálculos eran correctos no tardaría más de una hora en llegar a los dos cerros. Brincaría de la cima de uno hacia la cima del otro y luego de contemplar la vista regresaría a su casa. Si corría lo suficientemente rápido podría llegar antes del atardecer, hacer todas las tareas que le había encargado su mamá e irse a la cama sin que nadie se enterara de que se había ido de pinta todo el día. Se dejó arrullar por la brisa y la comodidad de estar recostado a la sombra, y lentamente se fue quedando dormido.

Al anochecer regresaba Doña Chepa y sus hijas, todas venían con una expresión de cansancio, se tambaleaban conforme la carreta iba recorriendo el camino que daba a la entrada de la casa. Al llegar se bajaron y cargando los bultos con los manteles y las especias. Entraron a la casa, acomodaron todo y luego de haber descargado por completo la carreta Doña Chepa ordena a una de sus hijas llevar a las dos mulas a los corales. Las otras hijas se van a preparar la cena porque ya hace hambre. 

-No es bueno cenar y acostarse luego luego, la cena siempre se debe reposar.

Decía doña chepa a sí misma mientras se sentaba en el pórtico y con un abanico se espantaba los moyotes que empezaban a salir de sus escondrijos porque el sol ya no les impedía salir a cazar. La noche había caído y Doña Chepa conducía a todas sus hijas a sentarse a la mesa. Le extrañaba que no se escuchaba ningún ruido ni relajo de Paulino ni de su bruto, e inseparable, perro. 

-Mija, ve a ver si Paulino no se quedó dormido otra vez por ahí, a ese chamaco le gusta echar siestas donde quiera.

- Si Ma ya voy, de seguro ha de estar dormido en los costales del granero. 

Dijo Martina mientras caminaba con paso cansado en dirección a los corrales. No pasaron más de cinco minutos cuando  le grita Martina a Doña Chepa:

- ¡Maaaa! No está en el granero ni en los corrales y los animales andaban con la lengua de fuera, el bribón de Paulino no les dio agua ni comida.

- ¡Carajo mocoso este! 

Vociferó Doña Chepa en vos alta. Se salió de la casa y fue a los corrales. Mientras miraba con dificultad, gracias a la negrura de la noche, vio movimiento por la vereda, dos figuras se acercaban

- ¿Pero que anduvo haciendo este niño todo el día?

Se dijo en voz baja a si misma. Su enfado desapareció cuando vio que esas dos figuras eran el Oso y la Lenteja, venían lentamente caminando, movidos ya con el puro vuelito que les quedaba pues no habían comido nada ni bebido agua, desde la mañana en que perdieron el rastro de Paulino y el Teco. Al llegar, los perros saludan a Doña Chepa moviendo la cola y se meten arrastrándose a los corrales para beber agua y buscar algo de comer. 

- “¿De dónde vienen?” 

Pensó Doña chepa y casi de inmediato se dirigió a toda velocidad a la casa,  en la medida que sus cansadas y reumáticas piernas se lo permitieron.

- ¡Mija vaya por sus hermanas y en los alrededores busquen a Paulino!

La búsqueda se prolongó hasta el amanecer. Nadie tenía noticias sobre el paradero de Paulino. No había pistas de hacia donde pudo haber ido. Entrada la mañana Martina se dirigía a los corrales para alimentar a los animales. Cuando entró al corral de las mulas se percató de que por debajo del camino se comenzaban a escuchar unos ruidos. Eran como sollozos. Se salió de los corrales y cuando entró al camino vio que por el arroyo subía el Teco, moviendo la cola y mirando constantemente hacia atrás. Saluda a Martina y la muchacha lo jala del collar pero el Teco se niega a irse, se le suelta y retrocede y se queda mirando hacia el arroyo, como esperando a alguien. Cuando Martina se acerca a la orilla del arroyo ve que viene subiendo Paulino, despacio, batallando y arrastrando su pierna derecha.

-¿Pos que tienes?

Preguntó Martina a su hermano con cara de preocupación. 

-Me tropecé cuando venía camino a casa. Estaba muy oscuro y no veía casi nada. Solo venía siguiendo al Teco.

Le contestó Paulino a su hermana mientras lo ayudaba a ponerse de pie. Martina lo llevó despacio hasta la casa. Sentía un gran impulso a regañarlo, pero en su condición decidió que solo lo ayudaría y que el regaño y la tunda se la daría su mamá, que al fin de cuentas era la buena para eso. Cuando iban llegando al pórtico de la casa vieron que su madre estaba sentada en el pórtico con los ojos cerrados mientras sostenía un rosario con sus dos manos. Martina ayudo a su hermano menor a subir los escalones y lo dejó frente a su madre. Instantáneamente Doña Chepa abrió los ojos, lo escudriño rápidamente con una mirada de preocupación. Luego de unos instantes la cara de preocupación se fue desvaneciendo lentamente mientras una expresión de alegría y enojo se dibujaba en su rostro.

-¿Qué te pasó? 

Pregunto Doña Chepa a Paulino de manera calmada.

-Me tropecé con una raíz mientras regresaba a casa, pero como no veía nada… 

Su madre se pone de pie y sin dejar a su hijo terminar la explicación le da un zape. 

- ¡Cabrón! Te dije que no te metieras en problemas,  que atendieras a los animales y que te acostaras temprano. Tenemos toda la noche en vela, nadie ha dormido por andarte buscando. Pensamos que algo grave te había pasado.

Al terminar le da otros dos zapes  a su hijo y le pide que le muestre su pierna. Al revisarlo se da cuenta que solo es una torcedura menor y que con reposo y cuidados leves se recuperará.

- Bueno, ya que estas aquí vamos a preparar la comida, que tu papá y tus hermanos van a llegar a medio día y ya son más de las diez. Si nos apuramos estará todo listo en un par de horas.

Media hora después de las doce llegó una docena de jinetes acarreando mulas que venían cargadas de granos, azúcar, telas y enseres domésticos. Don José y sus hijos habían ido a la capital a vender parte de la cosecha de este año para poder conseguir todas las cosas que hacían falta en la casa. Luego de que desmontaron y descargaron a los animales se dirigieron a la parte trasera de la finca donde a la sombra de dos enormes álamos se encontraban una serie de mesas en las que las hermanas de Paulino ponían platos y acomodaban las ollas y cazuelas con la comida.  Cuando Don José, el padre de Paulino, se acercaba, vio que entre todo el tumulto estaba su pequeño hijo Paulino acomodando cubiertos. Cuando lo llamó vio que venía cojeando, y además, venía con cara de regañado. 

-Y usté ¿porque anda cojeando canijo?- 

Le preguntó su padre mientras sonreía y lo abrazaba de forma brusca. Paulino no dijo nada solo miró a su mamá Doña Chepa que se acercaba a su esposo.

- Este canijo nos tuvo toda la noche buscándolo. Le dio por ser como tú y se fue a la aventura. El tarugo se quedó dormido y cuando despertó estaba oscuro y no supo regresarse. Si no es porque el Teco andaba con el quien sabe que le hubiera pasado.

Don José sin dejar de sonreír le da una palmada en la espalda a su hijo menor y le dice: 

- Espero y entiendas la lección mijo, y cuides bien a ese perro. Pocos tienen la fortuna de tener amigos como el que tú tienes. Véngase vámonos a lavarnos las manos y vamos todos a comer, que desde aquí huele muy bien la comida y ya hace mucha hambre.




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